Agtech. De dónde venimos y hacia dónde vamos

Siempre leyendo al apasionado Carlos Becco, se pueden resumir algunos hitos que dan cuenta de los inicios del agtech y las inversiones en tecnología.

Entre esos hechos, es posible mencionar a Henry Wallace en 1926, un productor agropecuario de Iowa (USA) que funda una compañía semillera, la cual al momento de su muerte en 1965 era la más grande del mundo, y que en 1999 es adquirida por Dupont.

De allí, emprendedores de todo el mundo siguieron estos pasos, y con la llegada de la revolución verde las áreas agrícolas se expandieron a nivel global.

En 1996 Monsanto lanza biotecnología agrícola y da un gran paso en la introducción de tecnología de rápido crecimiento en el agro.

Otro hito, al cual muchos le atribuyen el nacimiento del negocio digital del agro, es cuando en 2006 dos empleados de Google fundaron The Climate Corporation que después compró Monsanto 7 años después (2013) por 1 billón de dólares; un hecho conmemorado el año pasado por cumplirse una década de lo que sería uno de los hechos más relevantes en la compra de empresas en el mundo agtech. Historia que termina con Bayer haciéndose dueña de Monsanto por 63 mil millones de dólares en 2018.

Surge desde entonces, todo un entusiasmo por la industria de la tecnología agroalimentaria en general. La inversión en tecnología agrícola aumentó exponencialmente en los años posteriores.

En Argentina, se percibe un momento clave para la adopción de tecnologías agropecuarias, y esto es por tres principales razones, también evaluadas por Becco en su libro ‘La Digitalización del Agro’ A saber: la mayoría de aquellos que lideran establecimientos agropecuarios hoy tienen alguna carrera universitaria, se renuevan los líderes y esto brinda algún tipo de profesionalización. También, según un informe de Grupo Cairns, en Latinoamérica los campos son dirigidos por la generación más joven del mundo, tienen un promedio de 50 años, cuando en Norteamérica muchos establecimientos están a cargo de personas con más de 70. Y esto sin desmerecer, hace más permeable el ingreso de tecnologías. Como tercera razón, traemos la figura del contratista rural. En el país entre el 70 y 80% de los campos son alquilados, eso hace que cualquier tecnología que pueda incrementar la rentabilidad sea adquirida y probada por el productor de turno.

Con datos de 2021, y según un relevamiento de Endeavor, el ecosistema agtech de Argentina es bastante incipiente con unas 100 startups (las empresas tecnológicas emergentes), sólo 7 superaban los cinco años de antigüedad, y siempre hay que considerar la relación que muestra que de cada 9 startups, 1 lo logra.

En Río Cuarto, ya un relevamiento de la Secretaría de Desarrollo Económico, Industrial y Comercial de la última gestión de Juan Manuel Llamosas, detectó que en la ciudad había una startup por cada 10 mil habitantes.

A mi entender, uno de los primeros hitos fue la creación de Bio4, hace unos 15 años atrás, que además del proyecto en sí logró el asociativismo de productores que invirtieron en una idea. La primera empresa en desarrollar bioetanol de maíz de la Argentina que nunca dejó de superarse a sí misma con nuevas unidades de negocios para convertirse en un verdadero ejemplo de economía circular.

Mucho más acá, dos startups se destacan, una por cumplir un año de permanencia, aprendizaje y pruebas en Estados Unidos. Se trata de Seed Matriz, la compañía que realiza un encapsulado de semillas para darle regularidad en su tamaño pero además agregando nutrientes y minerales de acuerdo a las necesidades del cultivo. Otra es Ceres Demeter, la desarrolladora de productos biológicos y nanotecnológicos que acaba de lograr un permiso de importación para testear uno de ellos también en el país del norte, habiendo desembarcado antes en Brasil y Paraguay.
Es claro que de la mano de la tecnología aplicada al campo Argentina tiene un universo de oportunidades en las que ya se destaca y puede hacerlo aún más.

Es atrevido aventurar hacia dónde vamos, lo cierto es que para que una agtech lo logre tiene que venir a resolver una solución a un problema, tiene que ser simple e intuitiva, tiene que ser completa en sí misma, tiene que ser contundente y mejorar rentabilidad de manera significativa, pero principalmente tiene que ser escalable.

Fernanda Bireni para Valor Agregado Agro